viernes, 13 de junio de 2014

El gato sobre el parque


El gato sobre el parquet.


Voy por la tercer cerveza. Tocan el timbre, es el vecino. 60 años, poeta, ex-alcohólico, artista devenido a viejo, cuerpo reducido, delgadez kafkiana, prosa continua sin pausas, pensante, pelo canoso, fumador. Entra, le sirvo una copa de cerveza, me habla de lo trágico de mudarse, pero hay que hacerlo. Me devuelve el Borges de ABC, no lo voy a terminar, estoy con las Partículas elementales y me gusta detenerme, reflexionar, leo ese primero, me dice. Bueno, le digo, excelente. No estamos en la vida, la vida nos tiene a nosotros, me dice, cuando le hago saber mi opinión de la mudanza. Estaba juntando todo, haciendo las valijas, algo así, le digo, y me vi envuelto en algo que yo no decidí del todo, fue así, la cosa no para, viene esto, luego lo otro, lo bueno de esto es que no hay otra opción, el tiempo sigue te arrastra sea lo que sea que hagas, no podes detener nada, no  podes quedarte un segundo en ningún tiempo. Me vi envolviendo los platos, y no entendía por qué lo hacía, cuánto había pasado desde que esa opción se convirtió en la única salida. Es decir, apareció, no la quise, llega, hagas lo que hagas todo va llegando. Nos quedamos hablando un rato más, se hicieron las 3 de la mañana, le propuse ir a un bar, yo estaba borracho él no. Desistió por alguna causa externa.
Hoy agradecí no haber seguido en un bar, me levanté con resaca, a las 7:40 de la mañana, sin haber terminado de embalar. A las 8 llegó la familia Bufarra, ambos, padre e hijo, mudanzas Bufarra, le adjudico el título, padre e hijo ambos grandes desorientados. Me gusta el profesionalismo berreta que desprenden. Termino de bajar todos los artefactos, doy una última mirada, intentando ver algo especial, pero no lo logro, entonces miro hacia abajo y veo, si, veo algo chiquito y oscuro. Lo levanto. Ella me había pedido luego de que no hubo luego, que buscara un gatito negro, chiquitito, que significaba no sé qué cosa, y yo le había dicho que jamás lo había visto, que se había perdido seguramente. Lo miro como si me mirase y pienso que no hay posibilidades de que sea ese gatito, justo ahí, en medio de la habitación, el último objeto, un gatito que jamás había visto, mide 1,5 x 1 cm: imperceptible. Me subo al camión y lo muevo entre mis dedos, me acompaña, le mando un mensaje a ella, y me llama. Hablamos. Intento encontrarle sentido a ese hallazgo inesperado, irracional y mágico, pero no lo encuentro. Supongo que el gato era ella, su presencia invisible, porque ella seguía ahí aunque ya no estaba, entre mis cosas, justo en medio del camino para siempre. Y ahora está en mi nueva casa, sin otro significado, dando vueltas sin lugar a dónde ir, pero seguramente encontrará uno. Ese lugar es cada vez más difícil de encontrar.
Me vuelvo a mudar.
Esta vez no hay viejo, no hay poeta. Bajé todo antes de que llegara el flete. Mi novia espera junto al perro que ladra desde sus treinta centímetros. Dos pibes sin instrucción, dos lánguidos, estudian la forma de bajar la mesa. Yo subo y bajo como un demente llevando y trayendo cosas, mientras que ellos las suben al flete. Bajan una mesa y yo bajo la heladera.
Hecho un vistazo y no hay nada. No hay gato, no hay mucho más que decir. Lo único que sucedió fue que si hubiese bajado y no habría encontrado a nadie, habría creído que acaba de llegar. 


                                                                             POSTAL

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