El gato sobre el parquet.
Voy por la tercer cerveza. Tocan el timbre, es el vecino. 60
años, poeta, ex-alcohólico, artista devenido a viejo, cuerpo reducido, delgadez
kafkiana, prosa continua sin pausas, pensante, pelo canoso, fumador. Entra, le
sirvo una copa de cerveza, me habla de lo trágico de mudarse, pero hay que
hacerlo. Me devuelve el Borges de ABC, no lo voy a terminar, estoy con las
Partículas elementales y me gusta detenerme, reflexionar, leo ese primero, me dice.
Bueno, le digo, excelente. No estamos en la vida, la vida nos tiene a nosotros,
me dice, cuando le hago saber mi opinión de la mudanza. Estaba juntando todo,
haciendo las valijas, algo así, le digo, y me vi envuelto en algo que yo no
decidí del todo, fue así, la cosa no para, viene esto, luego lo otro, lo bueno
de esto es que no hay otra opción, el tiempo sigue te arrastra sea lo que sea
que hagas, no podes detener nada, no
podes quedarte un segundo en ningún tiempo. Me vi envolviendo los
platos, y no entendía por qué lo hacía, cuánto había pasado desde que esa
opción se convirtió en la única salida. Es decir, apareció, no la quise, llega,
hagas lo que hagas todo va llegando. Nos quedamos hablando un rato más, se
hicieron las 3 de la mañana, le propuse ir a un bar, yo estaba borracho él no.
Desistió por alguna causa externa.
Hoy agradecí no haber seguido en un bar, me levanté con resaca, a las 7:40 de
la mañana, sin haber terminado de embalar. A las 8 llegó la familia Bufarra,
ambos, padre e hijo, mudanzas Bufarra, le adjudico el título, padre e hijo
ambos grandes desorientados. Me gusta el profesionalismo berreta que desprenden.
Termino de bajar todos los artefactos, doy una última mirada, intentando ver
algo especial, pero no lo logro, entonces miro hacia abajo y veo, si, veo algo
chiquito y oscuro. Lo levanto. Ella me había pedido luego de que no hubo luego,
que buscara un gatito negro, chiquitito, que significaba no sé qué cosa, y yo
le había dicho que jamás lo había visto, que se había perdido seguramente. Lo miro
como si me mirase y pienso que no hay posibilidades de que sea ese gatito,
justo ahí, en medio de la habitación, el último objeto, un gatito que jamás
había visto, mide 1,5 x 1 cm: imperceptible. Me subo al camión y lo muevo entre
mis dedos, me acompaña, le mando un mensaje a ella, y me llama. Hablamos.
Intento encontrarle sentido a ese hallazgo inesperado, irracional y mágico, pero
no lo encuentro. Supongo que el gato era ella, su presencia invisible, porque ella
seguía ahí aunque ya no estaba, entre mis cosas, justo en medio del camino para
siempre. Y ahora está en mi nueva casa, sin otro significado, dando vueltas sin
lugar a dónde ir, pero seguramente encontrará uno. Ese lugar es cada vez más
difícil de encontrar.
Me vuelvo a mudar.
Esta vez no hay viejo, no hay poeta. Bajé todo antes de que llegara el flete. Mi novia espera junto al perro que ladra desde sus treinta centímetros. Dos pibes sin instrucción, dos lánguidos, estudian la forma de bajar la mesa. Yo subo y bajo como un demente llevando y trayendo cosas, mientras que ellos las suben al flete. Bajan una mesa y yo bajo la heladera.
Esta vez no hay viejo, no hay poeta. Bajé todo antes de que llegara el flete. Mi novia espera junto al perro que ladra desde sus treinta centímetros. Dos pibes sin instrucción, dos lánguidos, estudian la forma de bajar la mesa. Yo subo y bajo como un demente llevando y trayendo cosas, mientras que ellos las suben al flete. Bajan una mesa y yo bajo la heladera.
Hecho un vistazo y no hay nada. No hay gato, no hay mucho más que decir. Lo
único que sucedió fue que si hubiese bajado y no habría encontrado a nadie,
habría creído que acaba de llegar.
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